El pequeño dragón que quería volar alto.
Había una vez un pequeño dragón llamado Chispa. A diferencia de sus hermanos, que amaban nadar en ríos de lava y respirar fuego, a Chispa le encantaba mirar las estrellas. Soñaba con volar tan alto que pudiera tocarlas con su pequeña nariz.
Un día, Chispa decidió intentarlo. Se subió a la montaña más alta del volcán y con todas sus fuerzas, ¡echó a volar! Pero era muy pequeño y se cansaba rápido. Cayó al suelo con un susto, pero no se rindió.
Buscó a su sabia abuela dragón y le contó su sueño. La abuela sonrió y le dijo: "Para volar alto, Chispa, no necesitas ser el más fuerte, sino tener un gran corazón".
Chispa no entendía muy bien, pero siguió el consejo de su abuela. Comenzó a ayudar a los demás dragones: apagaba pequeños incendios, buscaba tesoros para sus amigos y hasta cantaba canciones para alegrarlos.
Un día, mientras ayudaba a un dragón bebé a encontrar a su mamá, Chispa sintió una fuerza especial. Miró hacia arriba y vio una estrella fugaz. Con todas sus fuerzas, voló hacia ella. Y aunque no la alcanzó, llegó más alto que nunca.
Desde entonces, Chispa seguía volando cada noche, no para tocar las estrellas, sino para cuidar de ellas y de todos los que amaba. Y aunque nunca fue el dragón más grande o fuerte, era el más querido y el que volaba más alto en sus corazones.
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